En su taller de la zona norte de Mar del Plata, Manuela experimenta con termofusión textil, matrices talladas y bolsas plásticas recicladas para crear productos sustentables con diseño de autor. Lejos del cliché emprendedor, su proyecto se articula con empresas, cooperativas y organizaciones como Ola Productiva, fundando una comunidad maker que convierte el descarte en identidad.
“¿Y esto qué es?”, pregunta Ariel señalando una superficie rugosa que suena como cuero pero huele a plástico. Manuela sonríe y responde: “Eso era una bolsa del banco”. Estamos en su taller, en el norte de Mar del Plata, frente a una sublimadora industrial que parece salida de un laboratorio experimental. Acá no se trata de moda ni de objetos: se trata de alquimia. Desde su marca de diseño Hattori, Manuela transforma materiales descartados —banners, bolsas, residuos del campo— en productos con alma y estética propia. “Me interesa que cada pieza tenga una historia, no que sea solo ‘reciclado’”, cuenta, mientras muestra una estampa hecha con una acuarela suya.
DALE PLAY: Mirá la nota y conocé el taller donde Manuela Sosa realiza los diseños de Hattori

Pero más allá de lo material, lo que impulsa este proyecto es una filosofía. “En Mar del Makers retratamos el camino del emprendedor, no el éxito viral. Queremos mostrar las mesetas, los miedos”, reflexiona Ariel en plena entrevista. Manuela asiente. “A veces te sentís sola, como un eslabón suelto. Por eso, armar comunidad es lo más valioso”.
HATTORI, EL ESLABÓN DE UNA CADENA
Esa comunidad se entreteje con otras iniciativas de diseño y confección como Ola Productiva, ( Podes leer y ver la nota que les realizó Mardel Makers) y el aporte de la Cooperativa Verde Esperanza o Playa Limpia , que le proveen insumos y sostienen una red de creación circular. Esa sinergia local es, quizás, el verdadero motor del ecosistema. Entre máquinas de calor, matrices talladas en madera y rollos de plástico de baja densidad, se funde una identidad marplatense que desafía estereotipos, y en un país donde todo parece inestable, estos proyectos nacen como antídoto contra la resignación.





LAS EMPRESAS ENTRAN EN EL CIRCUITO COMO AGENTES DE CAMBIO
El punto de inflexión llegó en 2022, cuando Manuela realizó su primer trabajo corporativo para Gin Kalmar. “Nunca había hecho nada para empresas”, admite, pero ese primer pedido de mochilas personalizadas para el Día de la Madre marcó el comienzo de una nueva etapa. Desde entonces, el proyecto empezó a orientarse hacia quienes generan mayores volúmenes de residuos: las empresas. “Nos dimos cuenta de que ellas no solo son las principales productoras de desechos plásticos y textiles, sino también las que más recursos tienen para hacerse cargo de ese impacto”, explica.
Así nació una lógica de economía circular aplicada: recuperar lo que las propias empresas descartan y devolverlo transformado en productos con valor agregado. Con El Parque Papas, por ejemplo, trabajaron mochilas hechas a partir de silobolsas reutilizadas, algunas de las cuales se entregaron a empleados de la firma. También trabajaron con airbags en desuso junto a la recicladora Necológica, y utilizan big bags provenientes del agro. Cada pieza es única, pero todas comparten un mismo mensaje: se puede producir sin seguir generando basura.





En el taller de Hattori – se llama así por el sable de la película Kill Bill – cada textura tiene una historia. Desde airbags en desuso hasta silobolsas del campo, todo material encuentra una nueva forma, pero no pierde su pasado. La clave no es ocultar el origen, sino resignificarlo. “La idea es que el residuo vuelva al origen, pero transformado”, dice Manuela. Y en esa frase cabe todo un modelo de diseño, producción y compromiso. Uno que no niega la basura: la convierte en belleza, en producto, en mensaje. Y sobre todo, en posibilidad.